miércoles, 9 de marzo de 2011

Del 'Homo Sapiens' al 'Homo Amans': Acerca del Amor Supremo



ACERCA DEL AMOR SUPREMO

APUNTES SOBRE PSICOLOGÍA TRANSPERSONAL
Adaptación de un texto de Raimon Panikker
Comentarios en cursiva de Laura Doria

Cuando la propia percepción del Ser (del uno mismo trabajado y trascendido de las emociones) cristaliza en el amor, parece conducirnos hacia la experiencia del amor universal, una especie de derramamiento del sí mismo sin consideración del tipo de objeto en el que se desparrama este amor, en otras palabras: es un amor que abraza todo aquello que tiene en sí aunque sólo sea una chispa del Ser atemporal o intemporal.(sin rechazo en  absoluto, sin ninguna prevención, con visión transparente).

            Entonces el hombre Homo Sapiens Sapiens se convierte en un Homo Amans.

Un  Homo Amans puede amarlo todo: su afecto ya no está condicionado por el nombre y la forma, puede abrazarlo todo, porque todo, en cuanto es, es lo puro ( es lo eterno en la forma, es la manifestación de lo absoluto en lo relativo, es el universo infinito en la parcela diminuta finita, es el todo en la nada, es la unidad sin separación) y por consiguiente lo digno de ser amado.
 ¿Pero es este amor real? ¿Se puede aplicar el término amor a algo que hace abstracción de todo lo que yo tengo y que, en cierto sentido elimina mi persona (el yo soy adquirido con esfuerzo desarrollado durante toda mi vida, trabajado hasta el paroxismo etc) de manera que mi ego no posee nada que pueda atraer al amante, que pueda ofrecerse como un regalo o que despierte la devoción de la amada o del amado? ¿Qué amante o que amada podrían sentirse satisfechos con un amor sin ojos ni rostro? ¿O son estas imágenes meramente antropomórficas que no tienen un significado último?

            La respuesta transpersonal y advaita es bien conocida: uno no ama el objeto amado, ya sea el amigo, la mujer o el marido, por sus propios méritos, sino por los del Espíritu (el que está en uno y en otro y en todo). Sin duda se trata de una profunda verdad en cuanto responde a la necesidad de superar el dualismo, pero la verdad más profunda trasciendo ambos extremos (lados).

            El Yo tiene que hallarse reflejado de algún modo en el Tú, aunque este Tú sea solamente la propia creación del Yo y no un “otro” externo. En este Tú el Yo se descubre a Sí mismo y es realmente él. Con otras palabras el Tú no es sólo la conciencia que el Yo tiene, sino la conciencia que Es (la conciencia del Espíritu).

            El homo Amans encarna al que reconoce y ama las chispas del Ser que flotan de la nada como lo que son,(él reconoce el  propio Espíritu dentro de todo lo que se mueve) que lo ama todo de la misma manera como el único y universal.(amor, imposible de reducir, aumentar, calificar o descalificar).
 El afecto caprichoso debido a causas psicológicas o estéticas ha sido eliminado, ha ligado el amor humano con el verdadero centro de lo Absoluto. El amor por la madre, padre, amigo, amiga, mujer, hombre, o hija o hijo no es un amor permutable. Ninguna otra madre pudiera reemplazarla, solo la amada calma la sed del amante. No puede haber sustituto. El amor no tolera indiferencias. Todo lo de la amada es diferente y único.(lo mismo viceversa).
 Pero por otra parte no amamos a nuestra madre o a nuestra amiga o amigo porque sean nuestra madre o nuestra amiga o amigo, sino por sí mismas – en tanto en cuanto ellas son también Espíritu.

            Si amo a mi amada o a mi amado no puedo amar a él o a ella a causa de él o de ella, sino a causa del Espíritu. La amo con el mismo amor con que amo a lo Último; para ser mas preciso: la misma corriente de amor que me lleva al amor de lo Absoluto me hace amar a mí amada como chispa de lo Absoluto que ella realmente es.

            El Homo Amans no ama lo que es propiedad de la amada, sino lo que es don divino(don supremo, la capacidad última de amar) que ha caído sobre ella, no lo que la amada posee, sino lo que Es.

            Yo amo a mi amada/o porque mi persona está instalada en el único Yo y ese Yo es el Amor precisamente (es ese amor intemporal) y es el mismo Amor a mi amada/o. En otras palabras yo participo en el amor supremo o divino o transpersonal a esa persona. Ahora bien, Dios, (o lo supremo, llamado como se le llame) ama a esa persona personalmente, es decir, tal y como es, y así le, la; amo yo. Ella, él; encuentra en mi amor el Amor de Dios, ella, él; siente que de alguna manera, a través de ese amor mío, es amada/o.

            El amor del Homo Amans es divino y cósmico, lleno de personalidad, pero desprovisto de individualidad, de egoísmo de capricho. Es el amor más profundo y más fuerte y también el más humano, porque llega hasta el corazón del ser humano, a su personalidad, a su relación óntica con Dios y con otro ser semejante a él mismo.(que es el sí mismo de nuevo, entendido).
 No es un amor a las cualidades del individuo, sino al corazón (a la esencia) de la persona integral: cuerpo alma y espíritu (totalidad de). Es el amor que descubre y realiza la identidad del amante y del amado. El amor real humano no consiste en contemplarse el uno al otro, sino en mirar en la misma dirección, en florecer juntos en una adoración unificadora. Es un símbolo real de la identidad mas desarrollada descubierta en dos chispas de la peregrinación fundiéndose para alcanzar el único y divino fuego.

            Quizás las ultimas palabras del libro de la Revelación puedan ayudarnos a expresar esta misma idea “El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven!”. La esposa asumiendo y simbolizando el universo transformado en transparente amor, que es precisamente el Espíritu. Ven es la llamada de lo ultimo a través del Amor.



Raimon Panikkar




 

EL AMOR VERDADERO

Generalmente, solemos considerar que las relaciones íntimas son adecuadas cuando satisfacen nuestras necesidades de amistad, seguridad, sexo y autoestima. Sin embargo, el homo amans convierte sus relaciones en un sendero - un sendero sagrado – y decide cultivar el amor consciente, ese amor que puede inspirar el desarrollo de una consciencia más expandida y la evolución de las personas implicadas.

Esta postura no es demasiado idealista porque las relaciones íntimas nunca funcionan a un solo nivel. Vivimos simultáneamente en diferentes niveles y cada uno de ellos tiene sus propias necesidades concretas.

Niveles de conexión

El vínculo más primario que podemos encontrar en la pareja es la necesidad de una fusión simbiótica originada en el deseo de alcanzar el alimento emocional del ego del que carecimos en nuestra infancia. Obviamente, esto es algo por lo que atraviesan muchas parejas que, cuando acaban de conocerse, atraviesan una fase simbiótica que les lleva a cortar temporalmente otras actividades o amistades y a pasar la mayor parte del tiempo juntos. El estadio simbiótico de una relación puede así contribuir a que ambas personas lleguen a establecer un profundo vínculo emocional. No obstante, si la simbiosis se convierte en la principal motivación de la relación o si perdura demasiado tiempo, termina convirtiéndose  en un factor limitador que establece una dinámica paterno o materno filial que limita la expresión e interacción de ambas personas, destruye los roles masculino y femenino de la relación y termina creando pautas de comportamiento adictivas.

Más allá de la necesidad primitiva de fusión simbiótica, el deseo fundamental que aparece en una relación es el de compañerismo, un deseo que puede asumir formas más o menos sofisticadas. El compañerismo constituye un ingrediente esencial de toda relación, pero ciertas personas, sin embargo, parecen no desear nada más de su pareja.

Otro nivel posterior de relación es el que se establece en el caso de que los amantes no sólo compartan las actividades y la compañía del otro sino que también tengan intereses, objetivos y valores parecidos. Así pues, cuando una pareja empieza a crear un mundo común podemos afirmar que ambos se adentran en el nivel de la comunidad, un tipo de relación que, al igual que el compañerismo, constituye una forma terrenal y concreta de relación. Sin embargo, más allá del hecho de participar de los mismos valores e intereses del otro, se encuentra el nivel de la comunicación, un nivel en el que somos capaces de compartir todo aquello que ocurre en nuestro interior, es decir, todos nuestros pensamientos, expectativas, experiencias y sentimientos. Establecer una buena comunicación es una tarea mucho más difícil que tratar simplemente de crear una situación de compañerismo o de comunidad. Este nivel requiere que cada miembro de la pareja sea totalmente sincero al expresar lo que ocurre en su interior y tenga el valor suficiente como para superar los inevitables obstáculos que aparecen ante cualquier intento de compartir dos verdades diferentes. La buena comunicación es, con toda certeza, el elemento más importante de cualquier relación cotidiana sana.

Un nivel todavía más desarrollado de la comunicación es la comunión. Más allá del hecho de compartir los pensamientos y los sentimientos existe el reconocimiento profundo del ser de otra persona, un reconocimiento que suele descubrirse en el silencio, tal vez mientras miramos a los ojos de nuestra pareja, estamos haciendo el amor, paseando por el bosque o escuchando música. Es como si, de pronto, nos sintiéramos percibidos y conmovidos en aquel núcleo profundo del ser que trasciende a la personalidad. Seguimos siendo plenamente nosotros mismos pero, al mismo tiempo, estamos completamente en contacto con nuestra pareja. Este tipo de relación es tan extraño y sorprendente que no suele pasar desapercibido. Por otra parte, aunque la comunicación pueda ser fruto de un trabajo deliberado, la comunión, por su parte, es completamente espontánea y se encuentra más allá de nuestra voluntad. La comunicación y la comunión son formas de actividad más profundas y sutiles que la compañía y la comunidad y tienen lugar, respectivamente, en el nivel de la razón y en el del corazón.
La profunda intimidad de la comunión puede alimentar el anhelo a superar completamente la dualidad, una aspiración, en definitiva, por lograr la unión completa con la persona amada. No obstante, aunque este anhelo expresa una necesidad auténticamente humana, se dirige, en realidad, hacia lo infinito, lo absoluto y lo divino. Pero cuando este deseo de unión definitiva permanece ligado a una relación concreta suele terminar creando problemas y reduciendo nuestra aspiración por la realización espiritual a la idealización, a la inflación psíquica y a la adicción. La forma más adecuada de orientar nuestra aspiración hacia la unión consiste en una práctica espiritual auténtica - como la meditación, por ejemplo - que nos enseñe a ir más allá de la mente dicotómica en todas las áreas de nuestra existencia. Así pues, aunque apunten en esa dirección, las relaciones íntimas pueden alentar este tipo de prácticas pero jamás pueden llegar a sustituirla.

Toda relación tiene áreas más o menos intensas, a lo largo de este continuo de conexión. Las parejas que comparten una relación profunda de ser a ser, que mantienen un buen nivel de comunicación, que tienen intereses y valores comunes y que disfrutan naturalmente de la compañía del otro, logran establecer un equilibrio ideal entre el cielo y la tierra, por así decirlo. La sexualidad, por su parte, puede operar en cualquiera de estos niveles: como una forma de unión simbiótica, como compañía corporal, como un ejercicio compartido, como una forma de comunicación o como una comunión profunda.

El amor consciente sólo aparece cuando ambas personas logran establecer una comunión esencial que trasciende a la personalidad. En esos momentos de comunión, estamos simultáneamente en contacto con nuestra propia esencia y con la esencia de nuestra pareja y, sin embargo, seguimos siendo individualidades separadas.


La otra orilla del amor
El logro más elevado del amor, el amor consciente, encamina a los amantes más allá de ellos mismos y los lleva a conectar plenamente con la totalidad de la vida. En realidad, el verdadero amor carecerá de espacio para desarrollarse hasta el momento en que se proyecte hacia el exterior. El punto más elevado de la relación amorosa apunta al logro de un sentimiento de hermandad con toda forma de vida, lo que Teilhard de Chardin denominaba "amor por el universo". Sólo de este modo podrá el amor - como afirmaba Teilhard - "convertirse en luz y poder ilimitados".
El sendero del amor se propaga en círculos. Comienza en el hogar, encontrando nuestro sitio, haciéndonos amigos de nosotros mismos y descubriendo que, bajo la confusión y el engaño de nuestro propio egoísmo, se esconde la riqueza intrínseca de nuestro ser. Cuando llegamos a establecer contacto con esa plenitud fundamental que anida en nuestro interior descubrimos que tenemos mucho más que ofrecer a nuestra pareja de lo que anteriormente imaginábamos.
Cuando dos personas se preocupan por el desarrollo de la consciencia y el espíritu de su pareja, tienden naturalmente a compartir su amor con los demás. Y, de este modo, las nuevas cualidades emergentes - la generosidad, el coraje, la compasión y la sabiduría, por ejemplo - se extienden más allá del círculo de su propia relación. Estas relaciones son el "hijo espiritual" de la pareja, lo que su unión puede ofrecer al mundo. Una pareja florecerá, pues, cuando su visión y su actividad no se centren exclusivamente en ellos mismos sino, por el contrario, cuando sean capaces también de incluir a la comunidad de la que participan.
Pero, como señala Teilhard de Chardin, el amor entre dos personas puede expandirse todavía más. Cuando más profunda y apasionadamente se ame una pareja, mayor será su preocupación por el estado del mundo en el que viven, más conectados estarán con el planeta y, en consecuencia, se ocuparán de cuidar del mundo y de todos los seres que necesiten su ayuda. El logro máximo y la más plena expresión del amor se alcanza cuando éste llega a abarcar a toda la creación enriqueciendo y fortaleciendo entonces, a su vez, la vida de la pareja.
Este es el gran Amor y el gran camino que nos conduce hasta el mismo corazón del universo.
Welwood

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